Cuyabeno, extraños en tierra indómita

El viaje es tan largo e incómodo como fascinante. Nos estamos internando en la Reserva de Producción de Fauna Cuyabeno, en el nororiente ecuatoriano, tan adentro en la selva que uno tiene la impresión de salirse del mundo y seguir un poco más allá.

La lancha lleva horas descendiendo las aguas pardas del Aguarico, la vegetación rueda en ambas orillas como en un carrusel interminable. Y en algún punto desaceleramos, enfilamos un pequeño afluente rumbo al norte, el propio Cuyabeno, y traspasamos el umbral de lo conocido.

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Ilustración tomada del cuaderno de viaje de Manu Mateo.

Entonces se dejan ver los misteriosos guardianes del lugar que aprovechan la abundancia de la confluencia de ambas corrientes. Son delfines rosados, extraños seres de cuento, que van asomando sus lomos aquí y allá, entre tímidos y curiosos por la intromisión de los forasteros.

Y sigues y sigues selva adentro, acompañando el curso del río que ahora se estrecha y serpentea por donde la vegetación le permite transcurrir. Y empiezas a sentirte ajeno, también maravillado, pero vas cayendo en la cuenta de que éste es un territorio salvaje al que no perteneces, que se rige por las reglas más antiguas y elementales. De pronto te encuentras como en uno de esos documentales indómitos de pura naturaleza, sólo que esta vez la cámara son tus propios ojos.

En unas sencillas cabañitas al borde de una especie de laguna nos instalamos. Estamos en medio de la nada, o más bien en medio de todo, pues está cayendo la noche y la vida no sólo sigue, sino que parece multiplicarse alrededor en un estridente concierto de vete a saber qué bichos.

Aquí las instrucciones son sencillas: “Si quieren pueden darse un baño en el río, no hay ningún problema. Eso sí, preferiblemente donde el agua esté en movimiento. Más que nada, por las anacondas, las pirañas, los caimanes.”

Sí, creo que a eso mismo me refería. No somos de aquí y nadie nos espera. Habrá que cuidar cada paso que damos en el lodo, apartar con precaución la telaraña que se cruza en el camino, vigilar en qué rama apoya uno la mano. Pero a la misma vez no podremos dejar de asombrarnos con esos monos que de pronto cruzan agitando ramas sobre tu cabeza, con las hormigas que abren autopistas de ida y vuelta transportando lo que recogen a su paso, o con el ceibo majestuoso y casi divino que se abre paso a través de la espesura, desplegando su copa por encima de toda la selva y descolgando lianas que se agitan desde lo alto como barbas ancestrales.

Ahí justo reside la belleza de este lugar, en su virginidad salvaje. En ese sentirte tan poca cosa, tan vulnerable en un mundo que creemos dominar y que en realidad sólo tenemos esclavizado.

Mira el video de mi experiencia en este lugar fascinante en el que te lo cuento con imágenes.

¿Cómo llegar?

La ciudad más cercana a la Reserva es Lago Agrio, a la que puedes llegar en bus, en auto o en avión. Dentro de la Reserva deberás movilizarte en lancha por más de una hora, ya sea por el Río Cuyabeno o por el Aguarico. La mayoría de servicios los consigues en paquetes armados para la experiencia completa en el Cuyabeno.

Puedes conocer más de esta área protegida en la página oficial del Ministerio del Ambiente.

 

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